La musa vino a mí de nuevo.
Hoy no, por favor –pedí mientras ella acariciaba mis cabellos–, mira mi rostro, no he dormido en días; me hace falta descansar.
Después lo harás, contestó implacable.
La melancolía me ronda, no puedo reír tanto, ya no puedo llorar más, mis sentidos se han exacerbado, el cerebro me abrasa y mi andar es errabundo. Necesito una vida funcional, dije con dolor.
No sé cuándo volveré, respondió.
No te vayas, supliqué.
Así, continúa vigilando mi labor; vela mi vigilia mientras me consumo poco a poco en cada amanecer.
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