viernes, 27 de noviembre de 2009

La leve flojedad de las piernas


Calor que se entremezcla en las membranas que recubren produciendo la leve flojedad de las piernas, ligero cosquilleo en las encías, ligero mareo persistente y la risa inevitable. Deseo que asciende lentamente hasta convertirse en una hoguera calcinante de tejidos, vasos pletóricos a punto de estallar. Mas hoy sólo se permiten escarceos en solitario.

Las tempestades de mi ánimo anegan de vacío mis brazos, vuelven ansioso el contacto de mis manos, mi cuerpo que se rodea solo se siente tibio, frágil. El deseo espera, quieto, retráctil como resorte vulnerable a la mínima señal de tus manos tersas que han paseado por mi piel y me fascinan. Se ha grabado en mi memoria ese contacto y en los dos está latente la invitación ¿aceptaremos? a descubrirnos otra vez, otra vez…

¿De dónde se me dio? ¿Por qué tener esta llama inextinguible?

El granizo se deshace de inmediato ante el calor de la pasión enfebrecida. Llamarada que se enciende se sublima y se extiende abrasando y amenaza con llevarse los restos de cordura arrasando cual marea de fuego sin dejarme apenas viva.


Se ha dejado de confiar en los mañanas, la lealtad se entrega con reservas, la fragilidad se ha convertido en fortaleza, que no sólo sigue en pie; se acrecienta.


Aún estoy enferma de recuerdos que conminan, de dolores persistentes y advertencias claras y precisas. La tristeza es como abismo que me arrastra pero mi ánimo se yergue poderoso y haciendo frente a los embates del agobio, resiste.


Y sin embargo, es radiante la sonrisa, casi incandescente, la euforia desbordante contagiosa. Cuando se consigue dormir, se sueñan los anhelos, ansiando sin remedio ese abrazo por las noches, ese hombro en cada viaje, la caricia en las mejillas, el contacto que nos colme acunados cuerpo a cuerpo, el río que nos sacie.


Duelen la ausencia y la distancia, como siempre, tal vez más, pero a pesar de la parálisis y el miedo, no se pierde la añoranza de uno y otro, las miradas centelleantes de te quieros, de los brazos que cobijan en silencio compartido.


Cómo hacer para tocarte, para tocarte nuevamente, un poco más, un mucho más, y dejar de bordear el cuerpo tuyo para afrontarlo cuando la hoguera que me funde el sentimiento confunda mi razón, cuando este cuerpo que ha perdido el rumbo ubique su camino sin mapa alguno. ¿Cómo harás para olvidarme? ¿Cómo harás para acercarte a mí y besar mis labios otra vez? Nuestros labios que se unieron sin reservas sin demoras, embriagados en el trayecto lento y terco del amor que nos acerca. ©

martes, 24 de noviembre de 2009

Gotas


Silencio. Silencio que vivimos ambos pero que no hemos compartido. Silencio.

Las pausas existentes entre cada abrir de la llave y, cuando está cerrada, cual si fuera un abrazo negado, resulta comprensible el ansia desbordante que sin embargo contenemos. Esperando. Extraño esas manos que se agitan tratando de plasmar una idea, manos que no me han tocado, a excepción de un apretón sostenido por un segundo, segundo que se ha detenido pero añorado en la repetición ¿imposible? y la extensión soñada en la necesidad de un paseo por mi espalda que se sabe enferma de ausencia, de ausencia de abrazos que has empezado a practicar, mientras extrañas mis labios que no te han besado y mis ojos posados en ti cientos de veces. Mientras, el sorbo de vino espera ser degustado por ambos, por cada uno que lo bebe por separado, en solitario frente a una mesa vacía, con avatares y presencias sigilosas vigilantes, vigilando la distancia y el temor racional y objetivo.

Eres ahora el objeto de mis ansias, y yo de tu ternura, no sé si futuras, sí, sí lo sé, no me engaño. Ya nos duele ahora ya no quiero ya no quieres pero es tarde... la angustia sobrevuela porque era sólo un guiño, guiño irresistible, chispa cegadora y momentánea que encendió un fuego en espera, y esperando es que vivimos, en secreto. Estallido que se aguanta se refrena. Cierro los ojos y el palpitar incesante me consume, freno la angustia por saber que no estarás, que asomaré mis ojos y no te veré, y descubrir cuán lejano percibo ya tu rostro, la euforia de esos momentos que me hacían sonreír entre la gente. Hasta que un día, he ahí una gota, sólo una, y yo sabré, a estas alturas de mi vida magullada, que no es lágrima sino palabras, palabras que salieron de esa llave otra vez abierta ¿hasta cuándo? ¿Hasta qué? No lo sé ni tú tampoco, y si esa gota no me sacia al menos sé que es un aviso que me envías para que yo sepa, sí, que sigues ahí y te cerciores, a tu vez, de que sigo ahí ¿hasta cuándo? ¿Hasta qué? Ya se sabrá, no corre prisa. ©